"This house is not a home" [Gilbert RDash; Ivan Svyaz]

Era un día como cualquier otro en la Unión Soviética. Gente corriendo para aquí y para allá bajo las órdenes del ruso, claro, todos menos el. Estaba sentado en el comedor de la gran mansión, mientras que los demás miembros pasaban de un lado a otro haciendo los trámites. Todos, menos, también, cierto albino. Aunque el no estaba ahí por voluntad propia, sino porque el propio Iván se lo había ordenado.

Hacer nada también cansaba, así si se iba a cansar, al menos quería hacerlo acompañado. Tenía el codo apoyado contra la mesa, y la palma de su mano sosteniendo su rostro, dejando su cabeza inclinada, en perfecta posición para observar con mayor detención al prusiano, aunque le pudiera provocar molestia. No le importaba mucho, ya que, a fin de cuentas, este no tenía otro lugar donde ir por el momento.

Por el momento.

Aquel pensamiento no se lo había planteado hasta ahora. No pudo evitar tensar un poco sus facciones, y entornar los ojos, aún fijos en el albino. Sabía de sobra que, si llegaba la oportunidad, huiría con Alemania. Era lo más obvio. Dudaba de la estancia de absolutamente todos en esa casa, hasta la de sus hermanas, pero la que más le hacía dudar era la de Gilbert.

Detestaba darle tanta importancia, porque de alguna forma aquello le hacía darse cuenta que estaba entrando a un grado de dependencia para con el, cuando tendría que ser al revés. Pero ahí estaba, dudando, perturbado. Apretó un poco el puño libre, y agradeció tenerlo en su regazo, así, el otro no notaría su molestia.

"Otro día" Pensó para si con amargura el prusiano mientras intentaba distraerse viendo a los bálticos correr de un lado al otro, con pilas de documentos que amenazaban con caerse de sus manos en cualquier momento y desparramarse por todo el piso. Sentía un poco de pena por ellos, pero al final, ellos no sufrían tanto como él. ¡Su asombrosa persona no merecía esto!

Cruzó los brazos sobre su estomago, sentado sin mucha gracía del otro lado de la mesa del gran comedor, aun cuando evitaba mirarle, podía sentir los ojos de este clavados en él. Pero por supuesto que eso era totalmente ¿Quien no se quedaría viendo a alguien tan genial como lo era él? Apretó más sus brazos contra su abdomen, sintiendo las nauseas crecer. Aun evitando mirarle no sabía cuanto podría resistir.

Estaba notablemente incomodo, si el ruso se le llegaba a acercar vomitaría sangre, ¡Vomitaría sangre por todo el comedor!

Quiso cerrar los ojos e imaginarse que estaba con West, tomando una fría cerveza oscura en medio de las festividades de octubre, pero era imposible. No lo lograba. Se removió frustrado en su asiento. Al menos si alguna de sus hermanas entraba, eso si podría distraerlo. Claro, mientras que la menor no lo amenace con un cuchillo ¿Como se atrevía a hacerlo?

Tiró la cabeza hacía atrás reteniéndose de chillar. Esto era demasiado.

"Humm..." Murmuró, demasiado bajo como para que el otro le llegara a escuchar. Como tenía la mirada clavada en el otro, era fácil detectar su molestia. Pero le gustaba, en cierto modo. Ese orgullo desmedido que tenía, del que casi todos en esa casa carecían. Lo envidiaba.

Sin embargo, era frustrante a la vez. Ese orgulo era precisamente, el que lo hacía inalcanzable, aunque lo arrastrara de una cadena. Pero no se rendiría tan fácil. Tenía que ser suyo. Chasqueó la lengua, y sin cambiar ni un centímetro su posición, se dispuso a hablar. "Te ves irritado, Gil." Musitó con tono casual, aunque levemente cantado al final, infantil, molestoso.

No pudo evitar dejar escapar una sonrisa, que se dibujó despacio, como marcada por un cuchillo. Y tal como si hubiese sido generada así, costaría quitársela.

Masculló algunas maldiciones en alemán, cuando el ruso le habló. Su cuerpo se había tensado, mostrando su incomodidad por la atención que recibía de este.

"¡Claro que lo estoy!" Contestó casi chillando efectivamente haciendo que el siempre nervioso Raivis tirara al aire la pila de documentos que llevaba en ese momento. Miró de reojo el desastre de papeles regados por el piso a al menos tres metros alrededor del pobre báltico antes de agregar con más fuerza mientras Toris se acercaba para ayudar al otro "¡¿Quien no lo estaría si debiera soportar tu presencia todos los días?! ¡Encima de todo tienes al asombroso de mi persona, aquí sin hacer nada más que aburrirme!"

Masculló más maldiciones mezcladas con lamentos hacía el viejo Fritz mientras se removía en su asiento.