"Punto crítico." [Batalla de Wuhan][Geming;Hitokiri]

1938.

El ambiente estaba normalmente denso, como solía ocurrir desde que las tropas japonesas habían ocupado parte de China. Luego de la masacre, el ambiente se sentía tan denso como para cortarlo con una navaja, sin embargo, los soldados japoneses no se dejaban presionar. A principios de año, una tropa china había contraatacado, pero no tuvo éxito. El ejército japonés hizo gala de sus habilidades militares, y en dos semanas lograron detener la ofensiva. Aquellas victorias eran las que mantenían a Japón soberbio, seguro.

Kiku ya se había recuperado casi por completo de la batalla que tuvo en Nanjing. Si bien la batalla había ocurrido hace varios meses, las provisiones empezaban a escasear, y había tenido los cuidados básicos, los elementales más que nada. Si se cogía el costado, aún lo resentía, pero cada día se volvía una carga menos pesada. Aquella herida solo funcionaba como una infección de odio, junto con sus varias quemaduras. Cada vez que le dolían, juraba vengarse de Yao por haberse atrevido a hacerlo eso.

Así fue como no tardó en reaccionar a la ofensiva china, y a mediados de 1938, puso en marcha un nuevo ataque. El blanco sería Wuhan.
Reunió a un masivo ejército, 350.000 hombres, con katanas y bayonetas cargadas. Contaban con tanques, también.
Sabía que China no cedería ese lugar así como así, pero tenía confianza en su victoria, y seguramente Yao estaría ahí. Esta sería la primera vez que pisara terreno de batalla, desde su último encuentro, y sentía el odio fundiéndose en sus entrañas, casi como una indigestión.

Fue obligatoria su retirada, su resguardo, su encarcelamiento, como lo veía él. Obligado no pudo seguir insistiendo en su ex capital, Nanjing, y no tuvo permitido intrometerse en el avance de las tropas. Supo de tanques, de cantidades de soldados, y se preguntó cuando se agotarían si las batallas habían sido duras durante toda su invasión.

Sí, había perdido en mayor proporción en Shanghai, y todavía recordaba la pesadilla en Nanjing. Pero cada vez se le hacía más dificultoso a Japón. Y eso tenía planeado continuar.

La cantidad de gente era impresionante. Si debía derrotarle en algo, era en que este era su territorio y estaba su gente metida: consiguió juntar tropas que, según le informaban, superaban al número de los atacantes. Estaban las apuestas fijas en Wuhan, su próxima capital e importante ciudad a defender, y no la cedería sin quedar inútil y desmembrado en la batalla. Pensaba en que cojeaba, todavía, pensaba en que Kiku probablemente estaba en mejor estado, pero apostó a su suerte y a lo que debía resultar de ella.

Parte de él quería cruzarse con el japonés, en la batalla, pero era parte que deseaba venganza. No era correcto actuar de esa forma, por mucho que su cuerpo se lo pidiera.

Otra parte solo le rogaba porque, si lo veía, huyera de él. Por si bien el cuerpo deseaba el enfrentamiento, el corazón no creía ser capaz de encarar al otro, verle a los ojos, y poder cumplir con los pedidos de venganza.

Suspiró pesadamente, y esperó la llegada, como estaba planeado. No le correspondía a él atacar en el camino, aunque las inundaciones y las represas destruídas debieron de dejarle bien claro al japonés que cercar la ciudad sería un problema mayor para sus tropas.

Lo único que se escuchaba era el golpeteo de las patas de los caballos contra el suelo de tierra. Un sonido constante, apremiante. Tenía la visa fija en el camino, como si el mismo tuviera puesto el casco del caballo, aquellos que bloqueaban la vista a los costados, pero su casco tenía nombre, y era determinación. Toda la tropa japonesa avanzaba enardecida, como una turba, dispuesta a matar a quién se interpusiera en su camino. Si era necesario, le pasarían el caballo por encima, así ganaban tiempo.

Aquella era la oportunidad ideal para aniquilar a las fuerzas principales del KMT, así que no podían darse el lujo de dejarlos escapar. Por lo que la mejor opción era cercar la ciudad, para evitar que los soldados chinos evacuaran a los nombrados anteriormente.

Dividieron las tropas en escuadrones para rodear la ciudad por completo. Sin embargo, el prefirió avanzar como tenía pensado antes, directo al corazón de la ciudad. No iría solo, claro está, se le asignó un escuadrón también a el, y se dirigieron con la misma determinación hasta el corazón de la ciudad.

Las ansias crecían, y ya tenía hecho un nudo el estómago. Esperaba con ansias encontrar a Yao, y si no lo encontraba...ya lo haría salir de su escondite, pero lo conocía, y dudaba que fuese a perderse aquel encuentro, que ambos sabían que tenían pendiente.

El caballo no cesaba en su galopeo, y ahí fue cuando comenzó a ver a los primeros civiles; algunos los observaban con odio, otros con miedo. Mujeres corrían a refugiarse, mientras que los soldados que iban al frente comenzaban a estrenar sus escopetas, disparando a diestra y siniestra. Aquello dio el aviso, el ruido de los balazos llamó la atención, y el germen del caos se sembró.

Su puesto estuvo en el distrito central de Wuhan, donde se suponía llegarían primero las tropas japonesas. Esperó atento, y lo primero que vio, desde su puesto bien escondido en una de las torres, era que no parecía el número completo que le habían informado. Tampoco creía que habían acabado tantos con las inundaciones... Sospechó que fuese solo un escuadrón, pero no podía hacer nada ahora. Tenía que defender.

Dio la señal, y bajó rápidamente. El contraataque comenzaba, y antes de meterse directamente entre los soldados, ocultó la coleta de cabello bajo su chaqueca, asegurando el gorro encima. Luego de mucho debate mental, terminó decidiendo por no parecer quien era, sino uno más entre el millón.

Rogó que los otros distritos estuvieran bien protegidos, mientras el defendía el corazón. Esquivó un disparo y, apenas se vio al alcance, con facilidad y por fin armado con su muy extrañada espada acabó las piernas de uno de los caballos se acercaba. Agachado cortó piernas y esquivó a duras penas los cortes de las bayonetas de los jinetes, metido en la estampida donde estaba, claro está: Ellos no sabrían que no iba a morir desangrado por los cortes en el hombro, ni los brazos. Cerrarían pronto y seguiría como estaba.

Escuchó gritos en japonés y chino. Gran parte de él le decía que se alejara y se devolviera a resguardar a la gente, pero necesitaba esto, necesitaba ver caer a los soldados y acabarlos con un corte simple al cuello. Nuevamente, era dejarse llevar por la necesidad de la venganza. Pero se prometió y se repitió que apenas se pusiera complicado, o que se encontrara con el único que podía reconocerlo, retrocedería a su lugar entre las casas y asegurando la protección de su gente.

Continuó el galopeo como lo había hecho hasta el momento, sin vacilar, a pesar de la aparición de la defensa china. Desenfundó su katana y tomó las riendas del caballo bien firmes, con una sola mano. Con la mano libre se dedicó a lanzar cortes a diestra y siniestra; en los hombros, en la cabeza, donde fueran a dar, aunque la mayoría de las veces trataba de dañar brazos y cabezas.

Registraba la multitud con ojo de halcón, ante la espectativa de encontrar una cola de cabello ondeando, pero lo único que encontraba era cabello de mujeres que huían desenfrenadas.

Se comenzaba a impacientar, ¿dónde diablos estaba? era imposible que no hubiese venido, su instinto se lo decía. En eso, encontró a un joven soldado al cual le habían disparado a su caballo y trataba, a golpes, de reanimarlo, sin frutos, claro. Frenó de golpe, y tras meditarlo unos segundos, decidió que sería mejor seguir a pie, sería mucho más fácil encontrarlo de esa manera.

Le relevó el caballo al joven que aceptó eufórico, y en cuanto se fue, de dispuso a rebanar a cualquier chino que se apareciera en su camino. Si causaba mayor escándalo, probablemente llamaría la atención del otro, y eventualmente, se haría ver.

Cayó solo una vez, distraido por un corte, y atropellado por un caballo luego. Fingió muerte, junto al cuerpo de otro japonés, hasta que pasara quien le había llevado al suelo. Se incorporó al tiempo que enterraba la espada a otro caballo, asegurándose de, al sacarla, cortar la cabeza de quien le montaba. Revisó casi paranoico que el cabello bajo el sombrero no fuese el que había estado tratando de evitar.

Se sentía tonto, pensando tanto así lo acabaría invocando, y lo sabía. Se retiró con intenciones de vendar al fin el brazo derecho, comenzaba a sentirlo inútil y frío, y por mucho aguante al dolor que hubiese ganado en su vida, no podía seguir a ese paso. Sacó las vendas de su chaqueta y las aplicó tirantes, aunque no lo suficiente para ser torniquete, si pretendía seguir en batalla. Ocultaba la espada siempre, demasiado característica entre las usuales de sus soldados, quienes apenas le miraban con curiosidad. Era algo bueno, también, no ser reconocido por ellos.

Antes de volver de un salto a terminar con quienes entraban aún a caballo, escuchó los alaridos de la gente cerca. Alejándose de las prontas a dispersarse tropas chinas, encontró que algunos soldados en vez de avanzar, se habían tornado contra los civiles. Los civiles.

Se sintió quemar por dentro, ¿cómo era que no defendían el ataque, como mínimo? ¿Cómo era que iban contra pobres mujeres y niños cuando bien podían tener un fin justificado, esos disparos y espadazos? La sangre le hirvió, y adelantó sus planes de retirada, atacando a un particularmente alto soldado por la espalda. Con un corte horizontal, impulsado con un giro le vio caer muerto, y miró con rabia al segundo que perseguiría, atacando junto a otro como si no significara nada la vida de cada persona. Le llamaban los gritos, a defender. Se lanzó al montón para detener la katana de uno y empujarlo hacia atrás, atacando con rapidez al acompañante y hiréndolo en el pecho, ignorando por completo al primero que había hecho retroceder.

Se hubiese fijado más, de no estar tan distraído y maniobrado con la sola motivación de salvar a las personas que huían en lo que veían el camino abierto. Olvidaba su segunda regla: preocuparse que no fuese Kiku, a quien recién había contraatacado sin darse cuenta.

El empujón lo desconcertó, y fijó la mirada hacia su agresor. Notó un aire familiar al instante, y al escudriñar en su rostro por un momento, descubrió a su atacante, Yao. Sinceramente, esperaba que el otro tardara un poco más, y en su afán de asesinar a quién se le cruzara, había olvidado su objetivo principal, encontrarlo. Apretó la katana con ambas manos en el mango, e inclinó un poco el cuerpo hacia el frente. No pudo evitar sonreír, por fin lo tenía consigo, y ya el otro había hecho el primer invite.

Bajó la katana, inclinando un poco las piernas, y descansó el arma cerca de su pierna izquierda. Acto seguido, se lanzó hacia el otro, corriendo lo más rápido que su condición le permitía, y al estar a centímetros del otro, lanzó el corte a la altura del pecho, girando un poco el cuerpo y frenando con estruendo, y levantando una estela de tierra que se unían a las demás de los combates que se libraban en los alrededores.

Estaba extasiado, ni siquiera perdió tiempo en palabras pues no las hallaba necesarias. Al dar el primero golpe, el chino le había demostrado aquello, y le iba a responder con el máximo de sus capacidades, pues también era una cuestión de orgullo. Durante el golpe, fijó los ojos en los del otro, casi como invitándolo también a un combate visual, a ver quién tenía una determinación más fuerte.

El cuerpo del fallecido soldado cayó con facilidad tras el segundo golpe. Estaba muy enrrabiado, se habría desquitado con el cuerpo caído, pero no era cosa de él, ni de su gente. No imitaría la repugnante manera de actuar de los otros, por tentado, por empujado que fuera hacia ello.

No pensó nunca lo terriblemente empujado a ello que estuvo al sentir el ardor en el pecho, el golpe volteándolo y haciéndole ver, en esos milisegundos, además de la brillante katana hiriéndole, los ojos vacíos que específicamente quería evitar.

Se sintió congelar en su lugar, y entendió quién era, y dónde lo había encontrado. ¡Lo había buscado él mismo, como si fuera un...! No tenía tiempo para el reproche, aunque la queja larga salió mezcla de la frustración por su estupidez, y el dolor en su pecho. Ni se preocupó en cubrir la herida, eso sí, al afirmar con fuerza el mango de su espada y levantarla para que golpeara directo la katana del otro, dándose el impulso para retroceder. Al moverse, al respirar, al mover los brazos, todo tiraba la herida en sus pectorales. Era un lugar tramposo para atacar, directo al corazón, se dijo, al devolver la mirada desafiante.

Si Kiku alcanzó a ver la sorpresa y terror que pasó por su mirada cuando lo atacó, no le daría el lujo de mostrársela de nuevo.

Con un grito dio el salto y atacó nuevamente, una zancada hacia el japonés y un espadazo contra la katana, desde arriba, uno horizontal, y con la más pura fuerza que le dio la rabia consiguió cortar al menos el guante negro de la mano que sujetaba la katana. No era nada, en comparación a su herida, pero por dentro su cuerpo también estaba siendo destruido, podrido e invadido, y el más mínimo daño le hacía desear lograr más.

Dio dos pasos hacia atrás, luego de ese ataque enfurecido, con la espada atenta y los pies graciosos y hábiles. Si atacaba, estaría esquivándolo como gacela. Le vigilaba hasta la respiración, y le demostraría que esa vez, en ese enrentamiento, quería dejarle claro que él no sería nadie fácil de doblegar.

Por un par de segundos fue capaz de capturar la imagen de la vista de Yao, antes de ser empujado hacia atrás por el impulso del choque de espadas, y antes de poder reaccionar al segundo golpe, ya sentía un dolor punzante en su mano. Apretó la mandíbula para callar el quejido, y fijó los ojos en su oponente. En sus ojos aún permanecía la imagen asustada del otro, y aquello fue solo echarle bencina al fuego que ardía dentro de sí.

Se quitó el guante, y lo amarró alrededor de la herida en su mano, con algo de torpeza por usar solo una mano y luego enfundó la espada. Miró al chino ladeando la cabeza, y formó una línea con los labios. "Hace tiempo que no lo veía...Yao-san. Pero me alegra ver que está en forma, así no habrá problema..." . Adelantó la pierna izquierda, haciendo girar su cuerpo, quedando de costado frente al otro, y se inclinó nuevamente, como la vez anterior. Tomó la funda de la katana con la mano herida, y tomó el mango con la otra. Avanzó nuevamente, como una estampida, sin embargo, esta vez sin la intención real de cortarlo.

Desenfundó justo para lanzar el golpe, a gran velocidad, haciendo girar el torso, pero el golpe ahora iba dirigido directamente a la espada del otro, buscando el choque entre ambas armas. Desencajó la funda que aún tenía firme con la mano herida del cinturón, y la dejó a mano por si acaso. Tenía buena fuerza en el brazo izquierdo, así que no tendría tantas dificultados por maniobrar solo con una mano.

Apretó el choque, siempre fijando la vista en el rostro del otro. Para el, los combates importantes tenían que ser así, a los ojos, siempre desafiando al oponente, con cada expresión del cuerpo.