"Reminiscencia" [Post-WWII] [Hitokiri] [Geming]

[Recapitulando, luego comento la respuesta.]

Kiku Hitokiri Honda: Se quedó mirando su regazo, ya mejor afirmado. No lo tenía, la verdad, nadie se había preocupado realmente por el y era completamente comprensible. La gente que solía acompañarlo estaba demasiado ocupada tratando a sus seres queridos, quienes fueron afectados por la tragedia. Tampoco es como si le hubieran pedido permiso para ir, solo se fueron. Pero no le diría eso a Yao, sería el tope de lo patético.

Se volvió hacia el y sonrió levemente. "Hai, no se preocupe. Viene siempre alguien a revisar como ando, Yao-san." Mantuvo la sonrisa lo más natural que le fuera posible. "Es muy amable todo de su parte, pero creo que ya ha hecho suficiente, es más de lo que usted debiera hacer." Dijo ya abandonando aquella sonrisa, solo se quedó con un atisbo en los labios.


Yao Geming Wang: Se le quedó viendo, poniendo especial atención a la respuesta, con ojo crítico. Prefirió no dudar de él y asintió solamente, volviendo a sentarse a la silla donde estaba antes.

"Dile a ese alguien que deje todo a un lado para cuando duermas. Te hace bien estar sentado, pero por tu cuello, lo mejor será la menor cantidad de almohada." Lo dijo casi como una orden, porque era cierto que le haría pésimo estar siempre acostado y siempre sentado. Se preguntaba como ese alguien que se supone le viniera a revisar no se preocupaba más por él. ¿Sería a causa del control estricto que tenía América sobre él? Había logrado entrar él, a lo menos... Si alguien realmente tuviese la meta de venir a visitar al japonés, lo habrían logrado.

Sabía que, al final, era que nadie quería realmente. Estaban todos ocupados en cosas más cercanas a ellos. No se había fijado lo realmente solo que estaba Kiku, o su inconsciente lo hizo, y por eso le llevó a hacer una visita tan temprana. "Sé que es más de lo que yo debiera hacer, Kiku." Murmuró, pero no se fue. Se quedó sentado y pensativo, esperando que su presencia no molestara al otro, aunque sabía que probablemente le desconcertaría.


Kiku Hitokiri Honda: Se quedó pensativo con aquella respuesta. Frunció levemente el entrecejo y lo miró a los ojos. "Si lo sabe...¿entonces por qué lo hace? no le encuentro el sentido a su actuar, Yao-san. Me inquieta."

Tomó una de las sábanas para apretarla, olvidando que tenía dañados los nudillos, claro, lo recordó apenas hizo la fuerza, pero aguantó. Era una situación demasiado extraña para el. En cierta forma le recordaba las veces que se había enfermado y Yao lo cuidaba con total dedicación , con eterna paciencia, como si de un hijo se tratase. Ahora las cosas habían cambiado, en un giro de 180º. Eran más como dos extraños en esa situación, pero el recordar aquello le hacía pensar que quizás ese era precisamente el objetivo de Yao, que recordara.

Pero no, ya estaba pensando de más de nuevo.


Yao Geming Wang: ‎"Supongo..." Continuó con el mismo tono bajo, sin romper el vínculo entre ambas miradas. "...que hoy no siento ganas de seguir mis deberes." No tenía nada más que responderle. Él ni debería estar en esa casa, debía estar ocupándose de sus propios asuntos y aliviado de no ver el rostro del japonés.

Pero las cosas eran distintas, Kiku no podía levantarse de su cama y lo veía tratar de aguantarse el dolor que tenía probablemente en todo el cuerpo. ¿Era eso lo que había querido, que el japonés sufriera terriblemente y que desapareciera y fuese infeliz? ¿Era que quería verlo sufrir, y por eso lo visitó? Miró no solo sus ojos, bajó a las mejillas pálidas, los rasguños en cada lugar, un labio que aparentemente estuvo hinchado antes, los ojos ojerosos y reflejando claramente el luto que tenía que estar pasando.

En lo que le observó, se levantó lo suficiente para tomar su asiento y caminar hacia el japonés. Dejó la silla pegada a la cama, y volvió a sentarse, estirándose sobre el otro para acercarse a su rostro, frunciendo el entrecejo. Alzó una mano, y apartó un mechón de cabello de su frente, tan lento y cuidadoso como había sido toda la vida, y limpió un poco de sangre de un corte que había estado tapado.

-Quien sea que te curó no hizo un trabajo perfecto.- Solo dijo eso, luego de buscar el pañuelo en su bolsillo y limpiar bien la herida, especialmente de la sangre seca a las raíces del cabello. ¿Lo había bañado, siquiera? Suspiró y no pudo evitar amargarse.


Kiku Hitokiri Honda: Iba a quejarse por la insistencia del otro, pero acabó solo apartando la mirada, mientras le dejaba hacer. Sentía unos enormes deseos de tan solo encararlo y preguntarle el por qué.

"Ah, puede que no...estaba apurado, aquella persona." Su cuerpo estaba demasiado herido como para haber podido limpiarse bien, solo limpio lo que consideraba primordial para evitar infecciones, lo demás pasó a un plano más que terciario, solo quería recostarse y que nadie lo molestara. Aunque no le hizo falta, nadie hasta ahora había ido en absoluto.

Levantó la vista hacia Yao, fulminándolo con la mirada. Quería respuestas, y las quería ahora. Solo para entender, no quería decir que por saber algo más cambiaría la situación entre ellos, o al menos no era eso lo que planeaba.

"Claro, apurado como para curarte como se debe." Murmuró todavía con el mismo tono, sentándose hacia atrás y mirando con poca apreciación el estado del otro. Los vendajes probablemente estaban mal hechos. Las heridas sucias, o sin el tratamiento adecuado. ¿Y las quemaduras? ¿Habría aplicado hielo o solo vendas y vendas para taparlas, como si no estuvieran ahí?

Nada le decía que fuera así, pero la sospecha era suficiente si una herida en la cara, de todas partes, había sido ignorada. Con lo perfeccionista que era no aliviaba esta duda, y le preocupó que quizás quien le había atendido. Dudaba que fuese Alfred. Y comenzaba a considerar que Kiku mentía, aunque siempre, siempre tenía la opción presente cuando se trataba del japonés. No le sorprendería si era así. Buscó si era que estaba inventando cosas en la mirada del otro, y la encontró fija y pesada sobre sí. Sentía la demanda en esos ojos, de respuestas, y sintió que le debía al menos una razón para su visita.

"Me agradaría que me dejes atender tus heridas, Kiku, aru." Aceptó, tranquilo y sin rogar. Le habría ordenado la casa, también, y preparado comida decente, pero sabía que era excesivo, y que no debería ni darle el lujo de su presencia.

¿Entonces para qué se quedaba? Nuevamente, no tenía idea. Pero por muy resentido que estuviera con el otro, no ayudarle en situaciones así simplemente sonaba incorrecto. Dentro de sí, algo le tranquilizó, aunque le dolió admitirlo: Aunque podría mantener la cordialidad que mantendría con cualquiera, no debía preocuparse, porque no se dejaría volver a quererlo.

Bajó la mirada al escuchar la respuesta del mayor. Le era inevitable en esa situación el ir y venir de sus miradas, pero la duda le generaba molestia, más aún cuando tenía la respuesta en sus narices. Luego, con las respuestas vagas, solo conseguía frustrarse ligeramente. Solo ligeramente. En el estado que estaba, sabía que no le quedaba otra opción más que volver a sus prácticas del templo, y suprimir esas emociones, sin embargo, en ese momento, le resultaba extremadamente complicado. Y en lugar de tranquilizarse, tenía la cabeza hecha un lío.

Suspiró en respuesta. No podía confiar en nadie más en ese momento, y no creía que el chino le jugaría una mala pasada. Lo conocía. Había vivido demasiados años con el como para saber que las apuñaladas por la espalda no eran precisamente su estilo. De el si lo eran, pensó por un momento, y entrecerró los ojos. "Hai, onegaishimasu...(Sí, por favor.)" Acabó diciendo, en tono cansado.

En ese momento, la persona a la que más había herido, estaba ahí ofreciéndole una mano. Haciendo lo posible, dentro de lo que le permitía su orgullo, ¿cómo podría negarse? . Y pensó, finalmente, que si efectivamente lo apuñalaría por la espalda, no estaría mal. Aunque siempre podía culpar esos pensamientos a su estado deplorable, que le hacía pensar de sobra, como no lo haría en una situación normal.

Deslizó la parte superior del yukata, que resbaló despacio por su hombro. Apenas se rebeló piel, pues tenía el torso vendado casi por completo. El solo roce de las vendas al quitarlas le causaría un dolor insoportable, pero trataría de aguantarlo estoicamente, por lo que apretó fuerte los puños, ateniéndose a lo que fuera que pasara luego.

Le sorprendió en un principio la respuesta, pero se calmó. Era afirmativo y por ende, estaba permitido. Suspiró suavemente, como enfocándose en lo que tenía como impulso hacer, y no en sus razones, argumentos, lógica... O lo mal que se sentía ayudando en un principio.

Kiku no le había ayudado, ¿no? No, porque había sido la causa de sus desgracias, en un principio.

Sacudió la cabeza, recordando que solo tenía la espalda resguardada como nunca por la aún tirante piel de la cicatriz, además de recuerdos en los muslos, y abdomen. No tenía la situación del japonés, no tenía el estado de catástrofe del otro. Y era cuando recordaba que le deseó mil males y todas las maldiciones que recordaba. Cuando sabía perfectamente que había querido que le pasara lo de ahora, y peor. ra algo de culpabilidad, pero totalmente argumentada, y no por eso solamente era que le preocupaba su estado. Supuso que dejaría algo al inconsciente y a sus impulsos. No solía calcularlos tanto y, era mejor llevado por sus buenas corazonadas.

"Kiku, espera, aru." Reaccionó apenas le vio bajar la yukata. Tomó la prenda y la volvió a acomodar, levantándose de su asiento con mirada seria, pero más... preocupada. Eran los ojos con los que atendía siempre a alguien herido, o con los que miraba a quien necesitara su cuidado. "Ensuciarás las heridas aquí. Además que sera peor el dolor arrancándote las vendas. Las soltaremos con agua, y lavaré ese trabajo horrible que hiciste atendiéndote, aru."

Agregó lo último como tiro al aire, por si reaccionaba el otro, mientras se ocupaba en mover la silla y abrir la puerta de la habitación, que no hubiese nada obstaculizando.

Se quedó viendo a un punto inexistente en la pared. Se acomodó lentamente la prenda y apoyó las manos a ambos lados del futón. Se impulsó un poco, frunciendo un poco las expresiones por el esfuerzo, y logró incorporarse, haciendo sonar los huesos por el poco movimiento que había tenido los últimos días. A pesar de las dificultades que tenía para moverse, estiró sus extremidades, que los músculos se adaptaran al movimiento.

Levantó la cabeza al oír las palabras del mayor, pero muy levemente, sin embargo, no respondió nada. ¿Para qué? Era mejor dejar esas palabras al aire, que volaran. Muchas veces prefería reaccionar de esa forma.

Por fin, se enderezó completamente, y caminó despacio, pero sin vacilar. No se permitiría perder el equilibrio, ya había descuidado su ego, pero no iba a dejar que se mancillara. Aún le quedaba mucho trecho, y lo guardaría en reservas espirituales.

El baño estaba arriba. Maldijo mentalmente la mala planificación de su hogar. Se apoyó en el mango de la escalera, y subió cada peldaño con paciencia y esfuerzo. Sus movimientos eran tan lentos que se asemejaba a una tortuga subiendo esas escaleras. Miró sus pies mientras subía, ordenándolos moverse más rápido. Bufó, no sus pies lo obedecían en esa situación.

Le observó calmado, pero atento y cauteloso, como se movía lentamente hacia el segundo piso. Hizo el ademán de querer ayudarlo, que se sujetara en su brazo al menos, pero encontró al japonés inmerso en el esfuerzo y la concentración necesario. Suspiró algo impaciente, estaban tardando quizás mucho en tan solo subir unos escalones, pero entendía el orgullo que debía mantener el otro. Después de todo, era exactamente la misma testarudez que tenía él.

Fue una curiosa sensación de orgullo la que le dio, horriblemente fuera de lugar y por ello ni comentó al respecto. Prefirió pasar caminando ágilmente junto al otro, subiendo al segundo piso, y buscando con apuro la puerta correspondiente al baño. Cuidó que estuviera todo bien, era espacioso para la comodidad del otro, y puso a llenar la bañera con agua no caliente, solo sacada de hielo. Tibia lo suficiente para soltar las vendas y no congelar al otro.

Volvió a las escaleras, y apretó los labios. "Avísame si el dolor se hace intolerable." Comentó, y se agachó para tomar al otro en brazos y subirle finalmente los escalones restantes, se ocupó de que descansara el costado contra su torso para no recargarle en ningún lugar, mientras que la otra mano la pasó tras las rodillas del japonés, donde difícilmente habría piel herida. Cargándolo apresurado, aunque sintió tirar su espalda, se apresuró en entrarlo al baño y dejarlo sentado en el inodoro cerrado para que se desvistiera.

Alzó la vista, despegándola de sus pies, y antes de poder reaccionar ya estaba en brazos del otro. Tensó todo su cuerpo en respuesta, casi como un mecanismo de autodefensa. Efectivamente, le dolía un poco la espalda por el movimiento, pero intentó ignorarlo, tratando de evitar manifestarlo en sus expresiones faciales, que era lo más visible.

La situación le parecía curiosa. La última vez que Yao lo había cargado, y/o se había encargado de el había sido hace demasiado tiempo, sin embargo, a pesar de todo lo que había ocurrido entre ellos en ese lapso, aquella escena se volvía a repetir. La única diferencia es que ahora debía cargar a un hombre, de cuerpo adulto, antes era solo un chiquillo, mucho más fácil de cargar.

Mientras se dejaba llevar por sus recuerdos, de pronto se percató que ya estaba nuevamente sentado, pero sobre el inodoro. Palpó el piso de cerámica con los pies, y comprobó con gusto el cambio de temperatura. Volteó la vista hacia la bañera, ya llena de agua, y luego bajó la vista hacia su yukata. Se desvistió de forma casi mecánica, no sentía pudor por su desnudez, lo único que podía avergonzarle eran sus cicatrices, que para el, en ese momento, eran un signo de debilidad, de derrota.

Dobló el yukata y lo dejó sobre la tapa del inodoro, ahora con su cuerpo cubierto solamente por las vendas y costras en algunos sectores. Se paró recto, y procedió a entrar a la bañera; y como este era su meta, por así decirlo, se permitió aflojar un poco su expresión y apretar los ojos. El agua le ardía, en especial en las heridas abiertas, pero lo soportó con la mandíbula apretada.

Por respeto, no le miró mientras se desvestía, y prefirió lavarse las manos rápidamente en el lavabo. Movió los hombros, también, por suerte no había durado mucho tiempo cargando al otro, y su espalda no se quejaba tanto, pero seguramente al otro día le dolería. Pero seguramente, al otro día se arrepentiría de todo, así que no se preocupó mucho.

Se volteó al verlo al fin en la bañera, rápidamente tomó el grifo de la ducha para apartarlo a un espacio donde no tocara su piel, y acto seguido se agachó a buscar lo que necesitaría en la cajonera. Preparó algodón, una esponja nueva que revisó estuviera impecable, sobre todo, y vendas y gaza nueva. Dejó todo en espera y se sentó en la orilla de la bañera, sin mucha preocupación de si se mojaba, arremangándose para sumergir la esponja junto al otro.

"Donde los sientas menos tirantes, iremos sacando los vendajes." Le dijo, antes de sacar la esponja y vaciarla sobre su cabeza, empapando el cabello que retiró del rostro del otro con facilidad. "Pero debes avisarme tú, aru. Si te duele algo, también puedes gritarme." Sabía que el otro ni chistaría por su orgullo a menos que estuviese sufriendo, por lo que no esperaba alegatos sin razón alguna.

Siguió enjuagando el cuerpo que no alcanzaba a ser topado por el agua, y se ocupo de las heridas entre su cabello, con presición y cuidado. Encontró topones, un huevo de hinchazón al cual aplicó agua más fría del lavabo con la esponja, y uno que otro corte que por lo menos ya no sangraba.

Se limitó a asentir. Posó ambas manos en su regazo, y entrecerró los ojos mientras el agua escurría por su cabello. Se tensó un poco al sentir el tratamiento en su cabeza, y apretó los puños. Al poco rato se acostumbró a esa sensación, además, el agua fría le ayudaba a aguantar sin problemas.

Suspiró. A pesar de que era una tradición el lavar a otros, hacía muchas décadas que no lo hacía. No le sentaba bien hacerlo con su gente, menos con las naciones. Con aquella excepción, claro, y es que le parecía ridículo avergonzarse, si Yao lo había visto desnudo montones de veces cuando era pequeño. No consideraba que las proporciones importaran mucho(?).

De pronto, lo miró de soslayo. Le entró curiosidad por ver la expresión del otro, aunque ya se la imaginaba; sereno y concentrado, como solía estar. Sonrió para sus adentros, a pesar de los años, ese hombre no cambiaba. Agudizó la mirada, sin embargo en el instante se percató de que estaba teniendo pensamientos arriesgados. El pensar en aquello, podía volverse terriblemente doloroso luego.

Prestó poca atención a los gestos del otro, muy ocupado limpiando de una vez por todas la herida en su frente. Aunque debía estar cuidando las vendas, por costumbre limpió también tras sus orejas, y pasó una mano que le apretó la nariz entre tanto por si había algo ahí(?). Contento con el chequeo, y pasando una vez más el agua fría y una mano por el cabello del otro hasta la nuca, posó la mano en un hombro y buscó mirarle, al tiempo que destapaba la bañera para que se fuera el agua.

"¿Estarás más cómodo de pie mientras las saco?" Preguntó, al caso que tuviera que levantarse, enrollado como estaba en vendas, como en el torso. Temía que las peores quemaduras estuvieran ahí, no veía nada de piel libre, apenas el inicio de una fea marca en la primera venda que cedía en su hombro. Se puso de pie él, y le ofreció ambas manos para que se sujetara mientras y se levantara.

Miró por respeto a un lado, y captó el agua por el drenaje, con el más pálido tinte rojo. Se tensó al verlo, y buscó en el cuerpo del otro qué herida podía estar reaccionando mal con el agua. Con una mano se estiró y mojó la esponja de nuevo en agua fría, captando la mancha roja fresca en un muslo, y presionando dicha esponja contra ella. El agua fría haría que dejara de sangrar, por último.

Efectivamente, sintió una herida que brotaba sangre, pero el sangrado no le dolía especialmente, aunque eventualmente podría causarle algún mareo, por la pérdida de sangre. Aferró ambas manos del otro, y experimentó una sensación extraña, mezcla entre una cosquilla y una descarga eléctrica. Lo ignoró, y se recargó hacia el frente, casi chocando con el pecho del chino y finalmente logró ponerse de pie.

Se enderezó, y soltó las manos con lentitud, para luego afirmarse de una manilla que tenía ahí cerca, que a veces usaba para depositar los jabones. "Hai...será más fácil, para ambos." Y sorpresivamente -hasta para el- esbozó una leve sonrisa. No fue forzada, solo le brotó.

Apretó un poco los ojos por el dolor que le producía el roce de la esponja, pero era todo soportable. Aunque eran pocas las veces que se permitía emitir alguna queja, en especial por dolores, pues para el representaba algo así como la rendición del espíritu ante el cuerpo, que todo era soportable porque de hecho, el dolor era mental.

Sostuve firme mientras el otro se levantaba, si perdía el equilibrio él, caían ambos y nada lindo resultaría de eso. Respiró más tranquilo al verlo bien estabilizado, y mantuvo la mano apretada contra la esponja, esperando unos cortos minutos a que por último se le acabara el agua fría o se traspasara el calor. Anotó mentalmente un especial cuidado cuando tocara retirar esa venda, debía de seguir pegada luego, pero por ahora nada que hacer. Sacó la esponja, mirando que no escurriera más sangre, y más tranquilo dejó la esponja en el lavabo para que se lavara en agua fría, y se enderezó frente a Kiku.

Por un segundo, le pareció extraño. Muy dentro de sí, cuidando rodillitas magulladas y besando frentes para que pasara el dolor, esperó no encontrarse con un hombre casi tan alto como él, de su tamaño al estar parado en la bañera. Fue un extraño vuelco que sintió en el pecho, y no supo si fue bueno o malo. Coincidieron sus miradas, y rápidamente miró a otro lado, al hombro específicamente por donde comenzaría a desvendar. Sintió que estaba siendo obvio, en la sorpresa mantuvo los ojos grandes y asombrados. Tenía que recordarse que si bien este era el mismo Kiku a quien le sanaba heridas de pequeño, también era el mismo que le había causado tantas heridas a él.

"Es aquí donde parte la quemadura, ¿no?" Preguntó por despegarse del tema, ocupado desenrollando lento y cuidadoso, como si trabajara con una muñeca de porcelana, las vendas del hombro enroscadas en el brazo izquierdo, revenlando que donde se juntaba al torso comenzaba la horrible marca de piel quemada. Tuvo que tragar saliva de verla, en su historia no tenía de esas en su cuerpo, y le chocaba verlas en el otro. Era impactante, después de todo, y no evitó dejar que sus dedos tardaran un poco más revelando la piel dañada.

"...Ah, hai..." Murmuró, y entrecerró los ojos, dirigiendo la vista hacia sus pies húmedos. El que tocara esa zona, no podía evitar recordarle el amargo momento del impacto. Había noches en las que soñaba que todo había sido una horrenda pesadilla, pero le deprimía más el despertar y saber que no había sido ningún sueño, y que la pesadilla era 100% real, y que probablemente, nunca podría recuperarse de ello, porque tan macabro había sido, que el germen estaba en sus genes ahora, también, en el de todo el pueblo.

Se limitó a morderse el labio inferior, ya volviendo a la realidad presente. Inconscientemente, se había apartado de la escena que vivía, ahí, con Yao. Volteó la vista hacia su hombro, viéndole hacer, y casi como por arrebato, lo tomó de la muñeca, deteniéndolo de toda maniobra que estuviera haciendo. "Yao-san...ya...da igual. No es necesario que haga esto."

No lo miró, porque asumía que luego vendría alguna de aquellas miradas reprobatorias por parte del chino, y no sabía si quería verla. Ni el se entendía, antes estaba feliz por la situación, pero recordar ese momento...le hizo darse cuenta que quizá no quería compartir aquello con nadie, ni siquiera con el. Sentía que, con solo ver aquellas heridas, ya estaba compartiendo más de lo que debía con el.

Estaba muy concentrado en la especie de trance que le entró, retirando tan cuidadoso los vendajes, que dio un salto cuando la mano atrapó su muñeca. Por insisto le miró asustado, tenso para reaccionar, pero tan rápido como vino, se calmó. Sintió en la manera del otro lo frustrado que debía sentirse, y se debatió mentalmente sobre qué hacer.

Sabía que ayudaría al otro avanzar al dejarse hacer, además que era algo necesario para apaciguar el dolor, eso de las vendas. Por otro lado, entendía el orgullo, el cuidado que quería darle, la privacidad merecida de un hecho tan terrorífico... Estaba curioso, estaba ansioso por ver las heridas, y en cualquier ocasión, habría insistido.

"...Solamente si es demasiado, Kiku. Insistiré solo esta vez, por tu bien." Aceptó, repitiéndose que esa ocasión no era como las otras. Si Kiku se negaba, se marcharía, le dejaría vivir el luto en paz, por mucho que le molestara dejar las heridas con malas atenciones, y al japonés básicamente solo, pasando por ello. La soledad era algo tentador, y temía que cayera en ella otra vez. "Mi preocupación está en los vendajes, pero puedo entender si no quieres que vea."

Si era por respeto, habría continuado bañándole vendado de ojos, para no perturbar su imagen ni escrutar las heridas. No necesitaba la vista para hacer un buen trabajo. Pero nuevamente, estaba a manos del otro, no se sentía en situación de presionarlo a nada más.

Meditó las palabras, cerrando un poco los ojos. Lluvia de sangre. Un destello, estruendo, ceguedad, gritos, ahogo, ardor, vacío, párpados de nuevo. Suspiró y abrió de nuevo los ojos, aún manteniendo el agarre bien firme. Alzó la vista, exigiendo respuesta por parte de los ojos serenos que le veían. "El problema....es que, en menor o mayor medida, acabaría involucrándole, con solo ver las evidencias de ese día. ¿Estaría dispuesto a ello, Yao-san?". Pronunció cada palabra con calma, como si las estuviera seleccionando en una pizarra antes de escribirlas, en este caso, decirlas. No era algo fácil de decir para el, sabía que tampoco sería fácil responder.

Sin esperar respuesta, soltó la muñeca de una vez, y volvió a descansar la mano a un costado. Apartó la mirada, y dio un paso fuera de la bañera, para luego salir por completo. Se paró junto al chino, pero en sentido contrario, y sin volverse a verlo, agregó. "Arigatou gozaimasu, Yao-san. Usted es una persona muy amable, no hay duda de ello." La última frase la pronunció algo cortada, no porque no lo considerara así, sino porque de verdad lo pensaba, y de alguna forma, le dolió el decirlo.

Era como si hubiese dicho algo que fuera tabú. Al menos, le quedó la boca seca luego de decirlo, y hasta sentía sus labios como un desierto árido luego de haberlo dicho.

Escuchó atento a todo lo que el japonés tuviera que decir, y mantuvo el silencio alargado para pensar en la respuesta. Tensó la boca por primera vez complicado más que tranquilo, o concentrado. No le gustaba mezclar el dolor emocional del otro con el físico, era innecesario, era complicarse, era buscar demasiado. Pero ese había sido Kiku siempre, complicado, enredado. Complejo.

Al mismo tiempo, él era el opuesto, el simple, relajado y despreocupado. Suponía que, si tanto había abrumado a Kiku esa actitud de él en el pasado, debía de usarla de una forma positiva con él, alguna vez.

"Soy un chico grande, Kiku..." Comenzó, permitiéndose sonreír apenas en vista que el otro no le estaba mirando. "...Y sé aceptar y reconocer cualquier consecuencia de mis decisiones. Pero gracias." Levantó la mirada, y se fijó en la espalda tapada en vendas frente a él. Alzó las manos, dispuesto a continuar su trabajo, pero quedó estático, escuchando lo que el otro agregó a sus comentarios. Quiso bajar las manos, al menos, pero se encontró ocupado escuchando sus palabras, recorriéndolas, dándoles una y otra mirada en su mente.

"No digas estupideces." Murmuró, como un escupitajo, no por la manera: la velocidad. Fue automática su respuesta, y se ocupó de seguir despegando suavemente las vendas, sueltas gracias al agua. Sintió los dedos tensos, y respiró profundamente, tratando de relajarlos, no sea que acabara tocando de mala manera la piel dañada que de a poco seguía descubriendo, en el hombro ajeno.

Cedió. No era como si le quedara otra alternativa, ya que el otro ya despegaba las vendas, y por su respuesta, veía que no quedaba la opción de negarse. Respiró profundamente para relajar el cuerpo, y cerró los ojos, pensando en un paisaje que era cubierto por la lluvia, pero una lluvia apacible, de aquellas gotas tan finas que se parecen a las chispas de las bengalas que se ocupan en festivales, con las que suelen jugar los niños. Apenas corría viento, se percibía en la dirección del torrente, en diagonal.

Aquel paisaje le relajaba, le era muy útil fijar la atención en algo más, para permitir que el chino continuara con su labor sin problemas de ningún tipo, ni siquiera algún gruñido de su parte por el abandono de las vendas, que por más cuidado que tuviera el otro en el tratamiento, aún así rasgaban algunas costras sin querer.

Lluvia. Muchas veces se preguntó el por qué le gustaba aquel paisaje en particular. En todo caso, en aquel momento, era la mejor alternativa, puesto que para el significaba prosperidad, vida. Un contraste completo en relación a la historia que reflejaba su cuerpo ahora.

Aunque ahora se encontraban en un lugar cerrado, podía sentir una ligera brisa recorrer su piel desnuda, quizá era el respirar del otro, quizá alguna ventana abierta. Pero era aire limpio. El aire afuera, en Japón, ahora estaba completamente contaminado, aunque no hubiesen sido focos principales de la caída de las bombas, pero la contaminación se expandió a todo el territorio, hasta a la isla de Okinawa. Por eso es que le costaba percibir un aire limpio, y el único extraño ahí era Yao, por lo que , solo el podía emitir aquella fragancia.

En el paisaje mental seguía la lluvia, pero ahora mezclada con aquel aroma. Ahora, ese lugar, le parecía mucho más ameno de lo que le había parecido las otras veces a las que había acudido a el. Aquel pensamiento le otorgó un sentimiento realmente cálido en el pecho, y pudo, finalmente, despreocuparse por lo que fuera a ver el otro en ese cuerpo malherido.

Casi como si estuviese en trance, como en medio de una sesión de arte, continuó su trabajo con manos más calmadas, gracias al silencio, y fue que se hizo parte de éste: No comentó nada. Solo podía escuchar su respirar, y el más tranquilo de Kiku, lo cual le tuvo tranquilo, sabiendo entonces de la calma del otro.

Pudo avanzar más rápido. Tuvo que agacharse, moverse bastante a medida que pasaba a sacar las vendas de la espalda. En un principio, entrecerraba los ojos y no evitó las muecas al ver las heridas. Eran quemaduras, en mayor parte. Cerca de las articulaciones, por el inevitable roce, estaban en peor estado y se juntaban heridas que de a poco volvían a sangrar. Las dejó sentir el aire, que bien le harían por este rato, y continuó desenvolviendo la cintura del otro, que probaba ser más sencilla.

Pronto el piso bajo ellos estaba lleno de vendas manchadas. Las últimas, que saba ahora eran en los muslos del japonés. Seguía tranquilo, con una paciencia larga que luego del tiempo ni siquiera disminuía. Temía que para Kiku no fuese así, claro, por los minutos en silencio, así que al acomodarse mejor hincado en el piso mientras despegaba las vendas más complicadas, decidió hablar.

"Cuando eras más pequeño, apenas aprendiste a atenderte tú solo, me tenías prohibido entrar al baño para atender yo tus heridas." Comenzó, con un tono igualmente casual, y una inevitable sonrisa. "Ni siquiera cuando sabías que no podías hacerlo tú, como atender heridas en la espalda donde no alcanzabas, me pedías ayuda. Tenía que yo obligarte..."

Rió suavemente, y agregó al final, atreviéndose a mirarlo hacia arriba mientras despegaba vendas de sus propios dedos, para continuar mejor. "Al menos en ese sentido mantienes tus mañas, ¿mh?"

Abrió los ojos apenas escuchó la voz del otro, para luego entrecerrarlos mientras fijaba la mirada en la puerta del baño, escuchando atentamente. Hacía mucho, mucho tiempo que no escuchaba al mayor referirse a su pasado con el, al menos, en un aspecto positivo, o al menos, para recordar con gracia. Bajó la vista, y encontró la mirada del otro, y la sostuvo mientras despegaba los labios para responder. "¿Mañas, eh? No puedo negarlo...pero, Yao-san, no debería recordar esos asuntos...resulta algo vergonzoso, la verdad."

Esbozó una sonrisa ladina al acabar. Comprobó con gusto los avances del otro, realmente le hacía falta un buen tratamiento. Si Yao no estuviese acostumbrado a sus ´mañas`, probablemente hubiera seguido así hasta que alguna herida se infectara y acabara por perder alguna extremidad. Tendría que recompensarlo de alguna forma, después de todo, lo había hecho todo de buena voluntad. Repasó la cocina mentalmente, habían algunas cosas sencillas que podrían servir como cena, y que confiaba que no estuvieran en mal estado.

Volvió a posar la vista en el chino. "Yao-san...¿puedo hacerle una pregunta? Prometo que no es nada personal..." Prefirió añadir lo último por seguridad, ya que hace un rato había asaltado en preguntas al otro, e insistir no estaba dentro de las opciones que tomaría normalmente. Relajó los hombros, y los movió de forma circular, aunque no muy notorio. Sí, estaría bien cocinando el solo, aunque dudaba que el otro se lo permitiera. Ya se las arreglaría de alguna forma para dejarlo quieto por un rato. Claro, si es que aceptaba.

"¿Vergonzoso?" De haberlo escuchado, se hubiese ofendido, pero alcanzó a ver la sonrisa en el rostro del japonés. Era el cambio deseado, después de lo seria que se había tornado la atmósfera. Se sintió feliz de haberle podido distraer de todo. "¿Vergonzoso para quién? Estamos solo los dos, Kiku." Le respondió devolviendo la mirada a la piel del otro, sacando con sumo cuidado la venda de la herida que había sangrado, en el muslo, y la limpió alcanzando la esponja que dejó lavando.

Se puso de pie, con un muy embarazoso sonar de sus rodillas al hacerlo, y dejó la esponja encima del lavabo. Se volteó a mirar al japonés entonces, desde su frente, los hombros, el torso, las caderas, los muslos, los pies. Fue un chequeo casi automático, que no quedara nada extraño, que estuviera la piel delicada al aire seguro el baño. Sonrió entonces, algo triste, solo por el hecho de que sí, veía esas cicatrices, y no lo evitaba, le contagiaban la amargura. Pero si algo negativo podía contagiarse, pues, él tendría que ser fuerte, y contagiar al otro de algo más sano. Algo más... vivo.

"Pregunta." Asintió, tomando el rollo de vendas limpias, e inspeccionándolas mientras desenrollaba de a poco. Tenía los dedos cansados, pero Kiku no necesitaba saber eso.

Asintió también. Tenía las piernas algo tensas ya, de tanto estar de pie ahí, quieto, pero le tranquilizó el ver que el otro ya preparaba las vendas nuevas. "Bueno...quería agradecerle el favor que me ha hecho hoy. Me gustaría...invitarlo a que se quede a cenar, cocinaré algo que sea de su agrado. ¿Qué me dice?" Esbozó una leve sonrisa, esperando la respuesta.

Miró de reojo la ventana, la temperatura bajaba, ya no recordaba cuánto tiempo había pasado desde que el chino había llegado al lugar. Su par de horas, mínimo. Pero se sentía mucho más. Estaba algo cansado, no por culpa del otro, sino por su constante necesidad de pensar todo antes de actuar. Aquello no era malo, en absoluto, pero se complicaba más de lo necesario, muchas veces.

Y es que es imposible borrar el pasado.

Y de nuevo. Frunció levemente el entrecejo. Tenía que avanzar. Avanzar. La próxima vez que pensara de nuevo, en especial, en aquella ocasión, se repetiría que debía avanzar.

"¿A cenar?"

De golpe se olvidó de las vendas, y parpadeó varias veces, frunciendo el entrecejo. ¿Qué hora era? ¿Cuánto tiempo llevaban ahí? Le entró la idea de que podría tardar para la cena, no había comido nada desde el almuerzo, y qué poco preocupado, ¡el japonés también tenía que comer! Se agachó, e ignoró el sonido de huesos nuevamente, preparando las vendas.

"Ya que invitas, Kiku... Acepto quedarme. Pero no cocinarás tú." Respondió con total tranquilidad, algo firme por lo concentrado que estaba en volver a su trabajo. Habían lugares algo morados por lo firme de las vendas, y calculó solo vendar lo vital, y dejar que lo demás tomara aire para que cicatrizara bien. Dudaba que tomara infección, las naciones sanaban rápido físicamente, aunque las quemaduras principales las cubriría en su totalidad. Dudaba, también, que Kiku quisiera verlas cada vez.

"Terminaré esto y bajaremos a la cocina, a ver si también necesita un poco de órden..." Comentó al aire, de paso, mientras cortaba un trozo de venda y la aplicaba con cuidando alrededor del muslo herido. El cuerpo necesitaba tiempo, y nada más, para recuperarse. Tiempo y reposo. Y sobre su cadáver dejaría que el otro cocinara en el estado en que estaba, cuando, además, durante toda su vida había sido el chino quien cocinaba para los demás. Esta vez no sería ninguna excepción, pensaba, con decisión.

"Mmm..." Murmuró, no muy agradado con la respuesta que obtuvo. Pero no reclamaría, ya se las arreglaría de alguna forma para mantener al otro fuera de la cocina, no estaba tan débil como para no poder hacerlo. Esperó, mientras el otro acababa con las vendas, porque la verdad, ya le empezaba a entrar algo de frío por todo el tiempo desnudo, y el agua, anteriormente, le había drenado parte de su calor corporal natural, y lo que menos quería, era resfriarse, en una situación así.

Pensó como dejar al chino fuera, pero no habían muchas opciones viables, ya que era terco en temas así. Además, no tenía sentido su frase de ´Ya que invitas´ y ´pero no cocinarás tú`; si el invitaba, el tenía que cocinar, era algo básico, según recordaba en su protocolo.

Miró el cabello negro del otro, cuya coleta ondeaba por el movimiento constante, ¿es que acaso ese hombre no paraba nunca? ¿no conocía la pereza?, a cualquier otra persona, le agotaría el solo pensar las cosas que el otro hacía todo el día sin chistar, pero bueno, ambos habían recibido una educación estricta, así que en cierta forma podía entender su sentir.

Lo que más le tardó fueron las vendas del corso, del costado del otro, donde estaba especialmente mutilada la piel. Apretó la boca, firme en una línea, para evitar cualquier suspiro o muestra al respecto. No quería sentir pena, al menos no visible, no iba a pensar que el otro era patético, en su condición. Al contrario, seguía de pie y aguantando, y sabía bien que pasado el luto, pasado el impacto en su mayoría, Kiku podría sostenerse de pie perfectamente. Por experiencia sabía de la fuerza de voluntad que podía mostrar el japonés.

Terminó de pie, con las vendas superficiales y una más delgada, simple, a la frente del japonés, para tapar la herida sobre la ceja y de paso dejar sin contacto a una bastante fea que tenía en la nuca. La ceja y el rostro sangraba mucho, por eso le mantenía especial cuidado.

"Está listo. Ahora sí, puedes dejártelas por más tiempo, ya que están limpias." Asintió y estiró los brazos, los codos sonando al volverse a su lugar, pero por costumbre, no les prestó atención, Comenzó a recoger algunos trozos de vendas, la esponja, todo lo que usó para devolverlo a su lugar, mientras hablaba. "¿Puedes bajar tú solo? ¿O necesitas que te cargue?"

Era casi obvio que, aunque no pudiera, Kiku diría que bajaba solo. Pero quería verlo, de primera mano, que tan lejos llegaba el orgullo por sobre el dolor. En la situación que estaban, le daba curiosidad saber cuanto aguantarían con las defensas arriba.

Apretó los labios mientras el otro acababa de ponerle las vendas, por el dolor que aún le producía el apretar de las vendas. Cuando por fin acabó, se movió rápidamente hacia su kimono, y comenzó a ponérselo de inmediato. "Ie, puedo yo solo, gracias de todas formas, Yao-san." Dijo, mientras apretaba el lazo a la altura de la cintura. "Requiere más esfuerzo el subir, pero bajar, puedo hacerlo hasta rodando." Dijo en tono de broma, aunque en el fondo sabía que no era gracioso.

"Sígame, por favor." Dijo una vez acabó de apretar el traje, y avanzó fuera del baño, hacia las escaleras. Bajó con cuidado, pero a velocidad normal, ya que, efectivamente, la fuerza de gravedad le jugaba a favor. Una vez estuvo abajo, apuntó una silla. "Siéntese ahí, descanse un momento, mientras veo como está Pochi." Era la mejor excusa, ya que no sabía si el chino también querría hacerse cargo del perro del japonés, ya que no recordaba que el otro tuviera mascotas, además de los pandas.

Caminó hacia la cocina, y una vez estuvo dentro, echó una mirada hacia atrás hacia Yao, y cerró la puerta de un golpe, echándole llave. Estaba en su casa, tenía esa ventaja, y si decía el cocinaría, así se haría. Aún tenía pegadas esas costumbres, algo autoritarias, que en ese entonces solo mantenía la gente más anciana del país.

Se pasó las manos por los brazos, arremangándose las mangas del kimono, y miró qué había para hacer. No mucho, ya que no había salido a hacer las compras, pero le alcanzaba, al menos, para un sopa de miso, y unas bolas de arroz. Puso a hervir el agua en la cocina, y preparó la arrocera, colocando la cantidad necesaria dentro, y esperó, cortando vegetales para la sopa.