"The only hope for me is you." [PandaFace; Friendless]

Frío. Hacía demasiado frío. Vagar en la nieve así para un niño, era una verdadera tortura. La ropa rota, la piel también, por su parte, que solo dejaban que el frío entrara hasta el último hueso del pequeño ruso. Ni siquiera sabía hacia donde avanzaba, solo sabía que tenía que irse de ahí, no quería que lo golpearan más. Cualquier lugar sería más acogedor.

Todo el cuerpo le ardía, le ardía de dolor, de frío, de cansancio. Sus piernas le rogaban que cediera, el cerebro les mandaba latigazos para que obedecieran. Pero por más que insistió el cerebro, las piernas cedieron, y cuando daba un paso más hacia el sur, cayó de bruces sobre la nieve. No se movió de ahí, sabía que si no se movía, eventualmente, su cuerpo se acostumbraría al frío, desconociendo el peligro de coger una hipotermia. Abrazó la nieve. Sus espasmos aumentaron, le temblaban hasta los dedos de los pies. Tenía los labios morados de frío, y los dientes no paraban de temblar.

El día caía, y la ventisca comenzó. Una ventisca brusca, que no tardó en cubrir gran parte de su cuerpo bajo la nieve, confundiéndolo con un montículo. Al poco rato, las fuerzas cedieron, y se entregó al poder de la ventisca. Cerró los ojos, dispuesto a descansar. Sabía que al despertar, todo estaría bien. Probablemente, despertaría sobre un campo de girasoles, y correría entre ellos hasta cansarse. Ese pensamiento lo reconfortaba en sus últimos minutos de consciencia, antes de entregarse por completo.

Ahora la piel se había teñido casi por completo de morado, con tonos rojizos, pero estos habían sido provocados previamente, no por obras de la madre naturaleza. El General Invierno era celoso con el, su cuerpo le pertenecía, y ahora lo demostraba con creces. Probablemente, se lo tragaría, así no tendría que celarlo más. El pequeño Rusia sería suyo, solo para el.

La nieve se seguía acumulando sin piedad, como si no tuviera suficiente ya. Ahora ni siquiera podía verse como un montículo, sino como parte del montón de nieve. Cualquiera podría pasar sobre el sin darse cuenta. Pero no importaría, porque seguro, antes de que eso pasara, moriría ahogado en nieve, o bien, de la hipotermia que ya estaba sufriendo.

Spoiler:

Spoiler:

Vuelve antes que te obligue a volver el clima.

El caballo se quejó, además del frío al cual se había acostumbrado por tanto hundir las pezuñas en la nieve, tenía hambre. Cada árbol que cruzaban, cada vez más escasos, estaba cubierto de nieve y privado de hojas. Entre la nieve tampoco podía encontrar pasto, ni siquiera maleza, y solo antes de salir había comido. Antes de salir había sido, también, hace bastante tiempo.

Suspiró y vio su aliento como una larga niebla, por suerte mantenía la temperatura corporal buena en los abrigos de pieles pesados. Entre el cuello alto y el gorro se sentía acolchado, y no era de menos, no le habrían dejado salir sin buena protección. No sentía que la necesitaba, había tratado de huír durante la noche en nada más que los ropajes de dormir, y sintió que llegó lejos antes de sentirse congelar. La adrenalina, también pudo ser, porque cuando le arrastraron de vuelta al palacio fue que se fijó que no temblaba solo porque estaba casi congelado.

Aunque estaba obligado a volver, no hizo caso e hizo trotar al caballo de nuevo, para no perder la temperatura. Tal vez más hacia el norte habría vegetación. Todavía no sabían si bordeaban con montañas, o tal vez bosques o pantanos, y su curiosidad era demasiada. Si quería ir a conquistar, le había dicho el mongol, debía llevar a una armada. Pero solo quería ir a investigar. Además, con como le trataban seguro iría toda la armada menos él mismo.

Continuaron el trote libremente, lo que más molestaba era con suerte el viento pegándole en la cara, que se hacía más fuerte. Era zona de ventisca, y sí, el clima le estaba obligando a volver, por lo que detuvo al caballo, quien siguió caminando, tranquilo, por la zona. No había mucho, era bastante árido, de hecho, cuando esperaba al menos ver algún arbusto para que el animal comiera... Por suerte, pareció encontrar algo, agachando la cabeza y metiendo el hocico entre la nieve, masticando algo y tirándolo con los dientes. Pero no era... verde. Arrugó la nariz y se bajó de un salto, dándole un golpecito al caballo, mira que comer basura. Le esperaba un buen castigo si traía al caballo enfermo del estómago...

Pero parecía... tela, no basura, lo que sacó el caballo. Curioso, se agachó y removió la nieve, sintiendo con las manos un bulto bastante grande. ¿Sería un animal muerto? Apartó la nieve con más fuerza, ya formaba una buena capa encima del bulto, y los ojos se le abrieron de par en par cuando no encontró hocico, ni pelaje, sino un rostro azulado.

No sintió ni al caballo, ni al chino. El pequeño ruso se mantenía inconsciente, sin embargo, su cuerpo aún se movía por si solo, obedeciendo a los espasmos que no le dejaban en paz. Tenía nieve ya materializada en duros pedazos pequeños de hielo en las manos, que hacían aún más difícil el movimiento de las manos. Era un especie de granizo que se había pegado a varias partes de su cuerpo.

Su respiración se hizo cada vez más débil, producto de la hipotermia. Tenía los ojos semi-abiertos, sin embargo, las pupilas se le habían dilatado por completo, y barrían el lugar como si trataran de enfocar algo con desesperación. Subía y bajaba el punto de la vista, y cuando subía, y el ojo parecía completamente blanco, el movimiento del ojo se marcaba en el párpado del ruso.

Sin embargo, soñaba. Aún imaginaba ese lugar lleno de girasoles, aunque ahora, mientras corría, sus movimientos se hicieron más lentos. Los girasoles se comenzaban a marchitar de la nada, y luego, volvían a florecer, ante la atónita mirada del ruso. Iván alargó una mano hacia la flor que tenía más cerca, pero no la alcanzaba. Era como un holograma, aunque en ese entonces, Ivan no tenía idea de esos adelantos tecnológicos, que en aquel entonces, solo podían aparecer en novelas futuristas, que al parecer, tampoco existían. De cualquier forma, no sabía leer, así que era todo producto de su imaginación.

Insistía. Tenía que existir alguna forma de alcanzar ese girasol, evitar que se marchitara. Pero cuando ya se empezaba a desesperar, aparecía un brazo bien fornido, que arrancaba la flor como si nada. ´Nunca será tuyo, nunca podrás alcanzarlo, es mío. Es su castigo.` Decía aquel hombre, del cual no podía distinguir el rostro en el sueño.

El campo desapareció luego, y el ruso se sentó en el suelo árido, abrazando sus piernas. Miró el lugar, con la vista perdida. Y escuchó voces a lo lejos, como si vinieran de otra dimensión. No le puso atención, seguro sería alguien más que quería molestarlo, y había aprendido que lo mejor era no hacer caso.

A medida que iba esparciendo la nieve, pero era el pánico encima, y peor se ponía de pálido. ¿Era un niño...? No solo era un ser viviente, era un humano, era un niño. ¿Qué hacía solo, tan al norte? Cuando pudo distinguir el cuerpo entero, se atrevió a meter un brazo bajo él, y sintió lo duro, lo congelado del cuerpecito. El caballo se quejó, tras él, probablemente porque la ventizca empeoraba, para que volvieran rápido. Y Yao estuvo de acuerdo, tenían que volver rápido.

Eso sí, no lo haría por él. Tomó el cuerpo en sus brazos, pesaba, era un niño joven. Buscó su cara, y la encontró fácil, puesto que los ropajes eran... ¿Simples telas? No podía creerlo, el frío que emanaba del pequeño lo podía sentir directamente de su piel. Tenía los labios azulados, tiritaba y sus ojos parecían cerrados con fuerza, como si no quisiera ver nada. Y no lo culpaba... ¿Quién pudo dejarle ahí, sin la ropa indicada? Más al norte el frío solo se hacía peor, y era obvio. Pero no le quedaba nada más que hacer.

Se abrió el abrigo, la última capa que resultaba la más gruesa, y acomodó al pequeño como si se tratase de un bebé, sujetándolo con el brazo izquierdo, donde lo llevaba acunado. Se sacó el gorro, y se lo acomodó al pequeño, para no ahogarlo y que tampoco siguiera enfriándose.

"Volvemos al Palacio." Anunció, al caballo que pareció entender el tono de voz y se quedó quieto mientras el chino se subía sujeto con solo una mano. Llevó las riendas con dicha mano libre, sin soltar al pequeño, a quien le dio una mirada asustada y preocupada. "¿Pequeño...? Todavía se mueve, debe estar vivo..." Azotó las riendas, y el caballo partió con gusto por el camino en que vinieron. La ventisca se hacía peligrosa, así que era un gusto volver.

Mientras cabalgaban de vuelta, pensaba en esconder al pequeño, no sabía si debía preguntar al mongol por él. Prefería cuidarlo, antes, y mantenerlo fuera del conocimiento de otros, al menos hasta que estuviera sano y consciente y pudiese hablarle. Apretó el brazo alrededor del pequeño, al pensarlo. No tardarían demasiado en llegar, tenía que aguantar.

Los ropajes del mayor mejoraron un poco la situación, pero no llegó a mostrar resultados apreciables en el exterior. La respiración, aunque débil aún, había tomado un poco más de constancia y ritmo regular. No tenía grado de consciencia aún, así que se mantuvo inmóvil en los brazos del pelinegro, haciendo que su cuerpo se agitara apenas por el galopar del caballo.

En el transcurso del viaje, el estado del pequeño ruso fue mejorando, poco, pero mejoraba, y era imperioso que mejorara, de lo contrario podría sufrir consecuencias irreparables. Inconscientemente, más que nada por una necesidad del cuerpo por mantener aquella desconocida fuente de calor, alargó apenas una mano, y se aferró al pecho de Yao, aunque con un agarre bien flojo.

Alcanzó a exhalar un suspiro, que produjo un tenue vaho en el aire que se esfumó apenas se produjo, por la velocidad a la que iba el caballo, y un leve color se asomó por las mejillas del menor, fundiendo el color azul que lo plagaba anteriormente.

Y el ruso aún soñaba. Seguía sentado en el mismo campo árido, pero al alzar la vista, se notaba que existía la presencia del sol, que era apañado por las nubes que no lo dejaban saludar. Pero estaba ahí, lejos, pero el saber que el sol que tanto añoraba estaba ahí era suficiente para darle consuelo.