"La Fortaleza" [Kaiserin Julchen; Anya Bezdnu.]

Aburrido, aburrido.

Anya ojeaba rápidamente algunos libros que iba sacando de una pila que tenía en el suelo. Tomaba uno, lo ojeaba, lo lanzaba lejos, a una pila que ya tenía su buen tamaño acumulado. Tomaba otro, y repetía el procedimiento, todo a buena velocidad ya que el no encontrar algo que hacer le comenzaba a hacer perder la paciencia. Luego de lanzar unos 10 libros a la pila, suspiró y resolvió que tendría que pedirle a Iván que le comprara unos nuevos, sino tendría que lidiar con su presencia todos los días a falta de algo qué hacer. Pero no podía ir de inmediato, porque ese día el otro había viajado a alguna visita diplomática a casa de otra nación.

Se paseó por su casa, suponía que tendría que tomar una siesta a falta de algo que hacer. Pero no le gustaba tomar siestas, así que lo descartó de inmediato. Se sentó frente a su escritorio, y vio un pañuelo blanco. Ladeó la cabeza, le recordaba a algo, pero no podía precisar a qué o quién. Cogió el pañuelo, y lo manipuló con cuidado, hasta que un rostro se le apareció en la mente como un flash-back. Hizo una mueca. ¿Por qué tenía que recordarla a ella ahora?. Debía ser el aburrimiento, nada más.

Pero el recuerdo se mantuvo, terco en su mente, casi tan terco como era la otra. Apoyó la cabeza en la palma de su mano izquierda y suspiró, para luego calcular cuánto le tomaría el viaje hasta Alemania. A veces, sinceramente, pensaba que la otra le había puesto algún tipo de molesto hechizo que la hacían recordarla por cosas tan comunes.

No tenía nada mejor que hacer, así que cogió un bolso, dinero, y se puso en camino. Con tal, iría a casa de Alemania, podía alegar que iba a ver a Ludwig y que de paso, se topaba con ella. No era bueno subirle el ego a Julchen, luego no había como bajárselo.

Ludwig siempre se quejaba que despertaba tarde, y que tenía que sacarla de la cama dando vuelta el colchón, y eso le aburría porque era la cuarta lámpara que salía a comprar esa semana. A Julchen no le importaba mucho la lámpara, puesto que el alemán era gentil como para elegir de algún color que le gustara a ella. Le importaba la horrenda desgracia de ser despertada de golpe y bajo un pesado colchón. ¡A la increíble Julchen no la tomaban por sorpresa en ninguna batalla! Pero atacar durante el sueño era algo cobarde, y por mucho que le decía este muy coherente argumento a Ludwig, el no cesaba e ignoraba sus quejas.

Así que, desde temprano ese día, abrió la ventana que daba al jardín trasero, al extenso campo cubierto de verde que no entendía como mantenía el otro. Probablemente esclavizaba a los italianos. De todas formas, miró bien orgullosa y recién vestida en su gloriosa ropa, y se puso el querido sombrero tapado en plumas, adornos y otros detalles en su tiempo a la moda.

Desde la base de la ventana, había una soga gruesa atada, que daba a la no tan lejana enorme casa construida en el árbol más grande de los del jardín. Toda la fachada era estilo medieval, pedido especialmente por la prusiana, y con un grito de guerra resemblante al de dicha época, se colgó de la soga, deslizandose por esta hasta aterrizar en la terraza de la construcción. Era lo que estaba más abajo, bien pensado para no gastar tiempo alguno colgada como mono a la soga.

Subió las escaleras colgantes, abrió la puerta que daba a la terraza de más arriba, y se encaramó como diosa del mundo, en la plataforma que le dejaba hasta más arriba de la misma casa. ¡Era su propio castillo, toda una obra de arte!

Y, como propio castillo, se entró a buscar de la mini cocina que tenía la dotación para meses de cerveza enlatada, salchichas congeladas, y un baúl lleno de galletas. Definitivamente, ahí, se sentía reina.

Para su suerte, había un tren que cruzaba por Berlín, y no era tan costoso, salía en media hora. Esperó, con el billete comprado, aún insegura de si tomar el tren o no. Pero bueno, ya que había comprado el billete, no lo iba a desperdiciar, si no se atrevía, daría un paseo por Berlín y vería si había algo que valiera la pena en sus tiendas de ropa. A la media hora, con una puntualidad impresionante, partió el tren, y contra su voluntad, se durmió.

Despertó con un el pitido del tren, y sintió un tirón en su frente. Probablemente tendría un dolor de cabeza luego, y ella yendo a ver a Julchen. No, no era buena mezcla. Caminó fuera de la estación, y tras dudarlo una última vez, tomó un taxi que la dejó a las afueras de la casa del alemán. Suspiró, y se dispuso a caminar hacia la puerta, atravesando un extenso tramo desde las rejas, que, sin comprender bien por qué, estaban abiertas. Tocó el timbre, mientras apretaba el mando del bolso, algo nerviosa. Era primera vez que iba sola a ese lugar, y más aún, por ir de improviso.

Y nadie abría. De verdad que se irritaría si había ido hasta a Berlín solo para no encontrar ni siquiera a Ludwig. Esperó 5 minutos, y nadie se asomaba. Se volteó, ya dispuesta a irse, para su mala suerte, el taxista ya había seguido su rumbo. Tendría que caminar, y la idea no le agradaba en absoluto.

El día siguió hermoso y provechoso. ...En cierto sentido.

Estaba un poco plagado de latas de cerveza, las cuales lanzó hacia abajo con tranquilidad para que Ludwig las recogiera luego, no se preocuparía de ello. Pensó en ver televisión, una película tal vez, la casita consistía en un sofá comodísimo y enorme, casi cama, una pantalla enorme y el DVD enchufado, con una torre de cajas al lado. Pasaba su tiempo libre ahí, y si no, en el laptop, bloggueando, escribiendo de su 'awesome' vida.

Sin embargo, no conseguía elegir una buena película, siendo que ya había visto todas. Pensó en 'Anatomía', aunque le aburriría al rato, y estaba a punto de elegirla cuando escuchó algo de su computadora. De inmediato aterrizó de cara(?) en el sillón, los muchos cojines saltando por ello, y se metió a revisar que alarma era. Efectivamente, alguien tocaba el timbre. Y si no le mentía Facebook, Ludwig había salido de compras, y a juzgar por el 'me gusta' que le dio Feliciano, no volvería pronto.

Se asomó a la terraza superior de su casa, y con orgullo, tomó el megáfono que siempre escondía y usaba solo para ocasiones como esta, porque ni muerto Ludwig le dejaría usar uno. "¡A QUIEN SE ATREVE A VISITAR MI MORADA, MOSTRAD LA CARA PASANDO AL PATIO TRASERO! ... ¡Por el caminito a la izquierda!" Esperaba altiva y orgullosa, efectivamente, mirando el camino limpio y simétrico que daba a una puerta hacia el jardín delantero. "¡LA PUERTA ESTÁ SIN LLAVE, PERO NO LE DIGAS A NADIE!" (?)

Sintió un vendaval llegarle de pronto, aunque no era precisamente viento lo que la golpeaba, si no la onda sonora del impresionante grito que reconoció /no había quién más/ que era de Julchen. Dio un par de pasos hacia atrás, por inercia, y selló los labios, formando una línea. Definitivamente, aquello había sido una pésima idea.

Obedeció, no es como si tuviera otra opción. Siguió las instrucciones dichas /gritadas/ anteriormente, y tomó el caminó hacia el jardín trasero, por la izquierda, y efectivamente, estaba la puerta abierta. La empujó con la mano, y la cerró tras de sí. Dio un par de pasos al interior, y miró hacia todos lados, no segura de a donde se encontraba la albina.

Con la misma expresión en el rostro, esperó a que la otra hiciera acto de presencia, seguro no tardaría mucho. Pensó en enmendarse a algún santo, antes de recibir la avalancha awesome que ya presentía cerca. Alzó la vista, y esperó.

Con el cabello moviéndose por el viento allá arriba, esperó muy entretenida a la visita. Aunque fuese el cartero, de todas formas, se divertiría, aunque él dejó de tocar el timbre desde la primera vez que lo hizo pasar y Ludwig tuvo que rescatarlo de las amarras en el techo de la casita del árbol. Después de una épica batalla a espadas de cartón con la guerrera que lo mantenía de rehén, por supuesto.

El tipo había dicho lo había pasado bien. Maldito mentiroso.(?)

Volviendo a la tierra, miró a su próxima víctima, y se dio cuenta, entonces, que era Anya.

Muy bien, había nombrado en el juego The Legend of Zelda "Anya" a la princesa mientras que de héroe puso "Julchen", pero no era nada parecido a esta situación. ¿Cómo la encontraría? ¿Que pensaría? ¿Por qué venía a visitar...? ¿Habría venido a ver a Ludwig? ¡Ese maldito! ¡No por nada al villano le puso así! Decidida, se acercó a la orilla de la terraza, poniendo una pierna cubierta por sus queridas botas sobre el barandal, reforzado triplemente luego del porrazo masivo y Feliciano llorando porque aterrizó en su plantación de tomates, y miró hacia abajo a la mujer que la buscaba con la mirada. Habló por el megáfono una última vez.

"¡BRAGINSKAYA! ¡OSAS PISAR MI TERRITORIO!"

Y anunciado esto, lo dejó a un lado, se paró con ambos pies sobre el barandal, y tomó una soga que había instalado con una polea, fija al techo que daba sombra a cierto sector de la terraza. Estaba todo pensado con precisión. Sin darle una segunda mirada, se lanzó hacia abajo con la cuerda, hasta que la polea llegó al límite y rebotó un poco abajo, pero quedando a justa distancia para dejarse caer de pie con comodidad al piso. Aterrizaje perfecto.

Claro, no muy bueno para la falda. La tiró hacia abajo rápidamente para resumir su pose heroica frente a la otra.(?)

Y de nuevo, la onda la golpeó cuan vendaval, y hasta tuvo que inclinarse un poco hacia atrás. En esos momentos, se sentía en una especie de caricatura antigua, de esas mal hechas. Peor cuando la otra hizo su entrada ´triunfal`, tuvo una tentación tremenda de reírse(?). Pero mantuvo la calma, y la miró directo a la cara, como si no fuera la gran cosa. "Privet, Julchen...¿y Ludwig?" Dijo en tono indiferente lo primero, y más animosa lo segundo, como si el solo hecho de pronunciar el nombre del alemán le produjera placer.

No pudo evitar echarle un vistazo a la construcción de la que provenía la prusiana. Era un verdadero fuerte, y se compadecía de quien se hubiese dado el trabajo de construirla. Luego, posó de nuevo la vista en la albina, y prosiguió. "Ah, olvidé avisarle de mi visita...¡es que de pronto me entraron ganas de verlo!" Sí, seguía mintiendo, pero es que era mucho mejor excusa que admitir que había venido a ver a la otra.

Se sacudió un poco el polvo de su vestido, y es que con su entrada, Julchen había producido una nube de polvo, y detestaba ver su ropa sucia. Por suerte, eran colores oscuros, y no se notaría. Pero ella los notaba, y era lo suficientemente malo ya.

Sintió que se desinflaba al escuchar el saludo de la rusa. ¿Acaso no tenía sentido de la acción? Al final era cierto, y solo había venido a buscar a Ludwig. Podría hablar mal de él, inventar cosas feas, para que la rusa nunca más lo viera, pero era cierto que el alemán no era culpable ni de picarse la nariz en el auto. Y mentir era muy, muy poco awesome. Así que solo le quedó dejar la pose y patear una piedra, arreglándose el resto de la ropa.

"Lud se fue de compras, probablemente con Feliciano. Así que dudo que vuelva pronto. ¡Se va así como así, ni siquiera me dejó almuerzo!" Agregó, casualmente, porque era cierto que ella gustaba de un plato de algo grande y elaborado, y no podía subsistir asando salchichas, por enormes que fueran de tradición alemana. Se arregló el cabello, como último, y se cruzó de brazos mirando a la otra. "Así que disculpa, pero él no está. Solo tienes mi gloriosa presencia para reemplazarlo." La sonrisa no se la quitó nadie, eso sí.

Igualmente, le era agridulce la visita. En cierto modo, la tenía ahí, en su jardín (no realmente suyo), en su propiedad (tampoco suya) y solo para ella. Por otra parte... No, no era para ella. Quería ver al alemán. A Ludwig, con sus lindas carreteras, su economía, su puesto honorario de la Unión Europea, ¡y su status de nación aún existente! ¡Se creía el mejor, claro!

"Deberías agradecer no tener que aburrirte con él. ¡Mejor entretente conmigo! ¡No habrás viajado para nada!" De paso podía mostrarle que pasarla con la genial Julchen era mejor que cualquier alemán aburrido. Ludwig no era capaz ni de soltar un sostén, y gracias al cielo que Feliciano no usaba, porque seguro el rubio habría salido corriendo al verlo. No por nada le dejaba los suyos encima del mesón de la cocina para molestarlo. Pensó en agregar la fobia a los corpiños para matarle más pasiones a Anya, pero no necesitaba caer tan bajo. Lo guardaría en caso de.

Bingo.

Se dijo mentalmente cuando la otra le propuso otra opción de panorama. Agradeció su suerte, y que el alemán no estuviera, ya que la verdad, no sabría como reaccionar frente a el si estaba, luego de haber ocupado ese tono. No le atraían para nada los hombres de su tipo. Alzó una mano hacia el frente, y se sopló las uñas, viendo a la albina de reojo. "Ummm... interesante. ¿Y me mostrarás ese lugar, da? No subiré sobre esa cosa, tenlo claro."

Acabó con la mano, y dio un paso, quedando frente a la prusiana, solo por unos centímetros separándolas. "...al menos, no sola." Agregó, viendo que no habían muchos métodos para subir. Los zapatos, y el vestido, no estaban hechos para ese tipo de transportes, y tampoco había hecho algo así antes. Esas cosas eran de gente salvaje(?).

"Sería una lástima perder el viaje, en verdad... espero no me aburras, ya tuve suficiente aburrimiento en casa." Inquirió, enarcando una ceja. Siempre le tentaba provocar a la otra, y era principalmente, porque nunca dejaba pasar ningún comentario, como ya había demostrado antes al nombrar a Ludwig.

"¿¡Esa cosa?!"

Se sintió hervir por cómo miró en menos su verdadero penthouse natural. ¡Quién se creía! Detestaba lo orgullosa que era la rusa, le recordaba cuánta pica le daba esa forma de ser, como si... como si estuviera pavoneándose constantemente frente a ella. Y Julchen sabía perfectamente que le molestaba solo porque la mujer tenía razones de sobra para alardear.

"Nadie se aburre con la awesome Julchen." Anunció, ojos entrecerrados y dando otro paso hacia la rusa, mirándola. Quedaba más bajita, pero no le importó, se sentía desafiada. "Confío que te has entretenido conmigo, además." Agregó, como un venenoso comentario resentido, porque nadie la provocaba y salía sin al menos alguna herida al orgullo. Y si eso no funcionaba, recurría a lo físico, pero ni ganas de pelearse con la otra. Antes de escucharla responder, se dio media vuelta y caminó a las escaleras aferradas al árbol, mirando para arriba, y agradeciendo que dejó la puertecilla abierta.

"Si quieres sube usted primero, mi señora. Para que no tema caerse y arruinarse el vestido." Le sonrió, sin hacer el esfuerzo de esconder la risa, porque sus bromas eran tan buenas, en serio, ni ella misma aguantaba reírse.(?)

No respondió, solo frunció levemente el entrecejo. Consideraba un golpe bajo nombrar aquello, aunque generalmente nunca iba a estar de acuerdo con argumentos que no le favorecían, menos de esa índole(?). "Bueno, iré primero. " Se limitó a decir, mientras aseguraba su bolso contra su brazo, para poder subir sin que este le estorbara.

Caminó hacia el árbol, y encajó un pie en la escalera. Maldijo los tacones, aquello solo haría la subida más complicada. Apoyó la planta, y se afirmó bien de los bordes de la escalera, para luego impulsarse hacia arriba, y hacer más fácil la tarea de llegar al lugar. No le resultó tan dificultoso como esperaba, sin embargo, fue un gran alivio cuando por fin pudo llegar a la cima, encajando los tacones de vuelta a tierra.

Se volteó, esperando a la prusiana, ya que no iba a entrar a ese lugar así como si nada. No sabía si la otra tenía instalada alguna trampa, con lo extravagante que era todo lo relacionado a la albina. Se cruzó de brazos, y acomodó nuevamente el bolso, que en esos momentos deseaba haber dejado en casa.

Esperó a que la mujer subiera, y vaya, era lenta. No sabía como podía soportar moverse como tortuga con esos tacones incómodos y el vestido pomposo. Ella, al contrario, la grandiosa Julchen, apenas vio a la mujer a salvo arriba y sin necesidad de reaccionar para atraparla, subió con facilidad y saltándose escalones, incluso. Llegó arriba nuevamente con una heroica pose, antes que todo, cerró la puertecilla que daba a las escaleras, poniéndole el seguro.

"Tengo cosas demasiado geniales aquí. Hay para comer, para descansar... ¡Es mi castillo!" Abrió la puerta a la salita principal, y hizo pasar a la rusa, cerrando tras ellas. Corrió a cerrar el notebook, partiendo, y acomodó los cojines en el sillón, para que la otra tomara asiento. Era un verdadero alivio que había tirado las latas de cerveza de antemano. "¡Willkommen!"

El sillón estaba listo, y lo señaló para que tomara asiento, mientras revisaba la TV, todo en orden, el rincón separado por un mesón que era su cocina... Estaba todo bien. Se veía genial, lleno de posters (en su gran mayoría de fotos de ella misma) y de decoración que Ludwig decía era chatarra, pero Julchen sabía que eran mucho más, eran tesoros. Incluído un maniquí, en la esquina y bien adornado, incluídas cortinas alrededor, de su querido traje antiguo, aunque roto, todavía hasta con el pañuelo de cuello incluído.

"¿Quieres algo, una grandiosa cerveza? ¡Porque tengo de todo aquí, ja!"

Entró al lugar, con algo de desconfianza. Escudriñó con la mirada el sillón antes de sentarse, y sacudió el cojín, para luego por fin tomar asiento, y se echó para atrás contra el respaldo del sillón. Cruzó las piernas, y apoyó un brazo en el costado del mueble.

"Mmm..." No le gustaba demasiado la cerveza, pero el viaje la tenía cansada y sedienta. "Da, está bien. Tomaré una cerveza, espero que las tengas bien heladas." Dijo en tono casual, tratando de ser lo más correcta dentro de lo que podía, ya que no quería que la otra abusara del momento, como ya había hecho notar anteriormente que recordaba lo que había pasado entre ellas.

"En verdad tienes todo un refugio aquí, para serte sincera...me esperaba un basural. Me has impresionado, Beilschmidt." Dijo mientras aún examinaba el lugar, con ojo crítico. El sillón era cómodo, tenía televisión, nevera, todo lo básico para no aburrirse. Debía admitir algo de mérito a la otra, aunque dudaba que aquello fuera obra suya.

"¿Un basural?" Arrugó la nariz, o sea, como se atrevía. El basural lo tenía en casa de Ludwig, no es su propia y hermosa morada. Era de tontos ensuciar lo propio. (?) "Pues ya ves, el sitio está perfecto, ¡refleja a la dueña!"

Brillando casi de orgullo, fue tras el mesón y buscó cerveza tradicional alemana, por suerte ella solo bebía la mejor, e impactaría a la mujer con el verdadero sabor alemán. Sacó dos latas, y buscó dos vasos relucientes, solo que al abrir uno de los cajones donde los tenía salieron unos 20 polluelos aleteando y haciendo ruido. (?) Manoteó a algunos y miró mal al que tenía un moño rosa, Julbird, por andar haciendo nidos dentro de su casa. "Julbird, comportate. Tengo visit--" Le susurraba, hasta que levantó la mirada hacia Anya, y vio que los polluelos iban en su dirección. (?)

Corrió entonces y aterrizó en el sillón al lado de la rusa, pero era tarde, la familia de Julbird era cariñosa como ella y se pegotearon sobre la cabeza de la otra, a sus costados, y un par se acurrucó en su regazo. Sonrió algo avergonzada, mientras le servía la cerveza, dejando la propia sobre la mesita de centro, que usaba más para poner los pies, de hecho, pero no lo haría ahora.

"Son algo... uh, afectuosos. Verdammnt! Julbird!" Gruñó lo último a su propia mascotita, que en vez de llevarse a las aves se acomodó contenta en el hombro de la rusa, buscando frotarse contra su mejilla. Maldijo con todos los insultos que sabía lo estúpida que fue por conversarles tanto, sabían de sobra que a la rusa había que recibirla con amor. (?)

"..." No fue capaz de decir nada, ni emitir ningún otro sonido, cuando de pronto se vio repleta de polluelos. Sintió un tick venirle al ojo, y lo primero que pensó fue en que los pollos, como todo animal pequeño, defecaban y orinaban bien seguido(?). Se quedó rígida en su asiento, mientras los pollos saltaban sobre su regazo, y sobre su pecho, también. Temblaban, era lo que más le ponía nerviosa.

Pero el colmo fue el pollo con el moño rosa, que se había lanzado a su hombro a buscar amor. Si la hubiesen encontrado de mal humor, probablemente los habría mandado a todos a volar de un solo palazo, pero respiró profundo 3 veces, y contó hasta diez. Y le sirvió, de hecho, y pudo mantenerse tranquila con los pollos, ya que se había acostumbrado a su presencia, aunque las patitas caminándole encima la seguían poniendo de nervios de tanto en tanto.

Alzó una mano hasta la cabeza de Julbird, y la acarició apenas con un dedo, temiendo poder aplastarlo por lo pequeño que era ese animal. "Da, ya veo que lo son...¿pero qué haces una vez que crecen? Digo, puedo entender uno, pero...20(?). ¿Te los comes acaso? Ni yo me comería a mis mascotas, francamente." Dijo con una mueca, mientras cogía el vaso de cerveza, mientras los pollitos hacían ademán de querer beber también, pero los apartó agitando la mano. Se acercó el vaso a la boca, y tomó un trago largo, ya que se moría de sed, y además, siempre estaba acostumbrada a bebidas más fuertes que esa, aquello le era un simple aperitivo(?).